
(1) “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
(2) Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados;
(3) y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.” (Hch. 2:1-3)
Es nuestro propósito ofrecer al estudioso lector una alternativa balanceada y correcta de los hechos acaecidos durante ese día de Pentecostés. Para que así pueda ser, deberá el hermano lector asumir una posición objetiva y libre de una desmedida influencia dogmática que afectaría nuestro propósito. Lo que nos proponemos es enderezar los entuertos y distorsiones realizados por el pentecostalismo moderno.
En los círculos pentecostales se enfatiza en el descenso del Espíritu por su calidad de agente milagroso: “Son las ‘señales’ con las cuales se manifestó el Espíritu las que cuentan”, proclama el pentecostalismo. Es que el plano de lo emotivo, visual y sobrenatural ejerce un atractivo ideal para absorber nuestra atención y desviarnos de aquello que nos legó el Señor en Su misericordia —me refiero al Evangelio Eterno que es de carácter indispensable a los fines de alcanzar la vida eterna.
Cuando de señales se trata, la prudencia es nuestra mejor aliada, pues fue por medio del sentido visual que Satanás logró conquistar al hombre edénico: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos…” (Gn. 3:6).Ese sigue siendo su medio favorito para engañar a los hombres: “Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Co. 11:3).
Se dice, y es cierto, que no existe un mejor principio hermenéutico o interpretativo que el Evangelio mismo. Siendo que es el Evangelio el principio y fin de la redención, debemos, por consiguiente, evaluarlo todo a la luz de ese propósito salvífico de Dios en Cristo, que es el de “reunir todas las cosas en Cristo”.Si lo que estamos enfatizando y canalizando va en favor del cumplimiento de ese primordial propósito divino, hemos de aceptarlo como legítimo; pero si obra en perjuicio del mismo, ha de ser rechazado con la seguridad de que no proviene de Dios. Es a la luz de ese propósito que nos disponemos a evaluar el significado del Pentecostés bíblico. Descubriremos así la perversión que de ese glorioso suceso ha realizado el pentecostalismo moderno. Al tratar de discernir lo que realmente es significativo y enfático en torno a lo acaecido el día de Pentecostés, es necesario que lancemos una mirada retrospectiva y observemos unos hechos en particular; veamos:
1) Dios había confundido al hombre en Babel para evitar que este pretendiese autosalvarse (véase Génesis 11:1-9 al respecto); los confundió por medio de una diversidad de idiomas. De ese modo, Dios trajo confusión y dispersión a un pueblo que pretendía alcanzar lo imposible: salvarse a sí mismo.
2) Dios había prometido a Israel liberación, salvación y restauración. Estas promesas se cumplieron por medio del Mesías enviado. Cristo significa el cumplimiento total de las promesas hechas por Dios a Israel por medio de Abraham: “Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús…” (Hch. 13:32-33).
3) Había Dios prometido a Israel hablarles en idiomas extraños: “porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará a este pueblo” (Is. 28:11).
Procedamos ahora, a la luz de esos señalamientos antes expuestos, a interpretar el Pentecostés bíblico, cuando se derramó el Espíritu Santo. Nótese que allí ocurrió lo contrario a lo sucedido en Babel. Dios utiliza nuevamente los idiomas o lenguas, pero con un propósito totalmente diferente al anterior en Babel. En Pentecostés, Dios restaura el orden mediante la comunicación eficaz, y también reúne a los judíos de la dispersión (Hechos 2:5), cumpliendo con las promesas hechas a Israel: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:39). De paso, cumplió Dios con lo predicho por Isaías de que en lengua extraña hablaría a Israel.
El Verdadero Significado de Pentecostés
Vamos a establecer los más notables sucesos ocurridos en el día de Pentecostés a la luz de Hechos de los apóstoles capítulo 2. Obviamente, debemos destacar lo siguiente:
- El descenso del EspírituSanto.
- La manifestación del don de lenguas.
- La predicación evangélica de Pedro.
Analizaremos ahora esos sucesos para, posteriormente, ubicarlos en el orden de importancia en que la Sagrada Palabra los coloca:
1) El descenso del Espíritu Santo:
El Espíritu Santo es reconocido por la ortodoxia eclesiástica —a través de su historia— como la tercera función de la Deidad. Cristo anunció el descenso del Espíritu a los apóstoles, y también predeterminó su obra en calidad de conductor de la Iglesia. Refiriéndose al Espíritu Santo, dijo el Señor Jesús lo siguiente:
(8) “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” (Jn. 16:8)
(13) “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.
(14) El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.” (Jn. 16:13-14)
A la luz de ese señalamiento bíblico podemos concluir que Cristo y Su obra habrían de constituirse en el objeto de un continuo señalamiento por parte del Espíritu de Dios. Dicho de otro modo, el Espíritu de Dios se encargaría de ser el agente divino que educase la Iglesia en torno al evento del Calvario. A esos efectos, dijo el Señor:
(26) “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí.” (Jn. 15:26)
En Pentecostés, cuando el Espíritu descendió, comenzó de inmediato a realizar la obra de mostrarnos a Cristo como el único camino para alcanzar la vida eterna. Nótese que esta obra primaria —de señalar a Cristo— se realiza tal y como lo había predicho el Señor. Pedro, siendo dirigido por el Espíritu, redarguye al pueblo por su gran pecado, y después les muestra al ungido Rey y Señor de Israel como el único medio de alcanzar perdón y, consecuentemente, vida eterna o liberación del juicio (véase Hechos 2:32-40 al respecto).
Siendo que el Espíritu Santo es tomado por el pentecostalismo de hogaño para identificarlo de modo preferente con las señales, prodigios o milagros que realizó, nosotros queremos ofrecer al lector la oportunidad de descubrir lo siguiente: El modo único y verdadero para reconocer la presencia del Espíritu de verdad no son las señales y los milagros, sino la predicación del Evangelio (actos históricos de Cristo). Recordemos que la Escritura nos dice que el falso espíritu de Satanás se identificaría con milagros y señales mentirosos. En Apocalipsis 13:13-14 y en Mateo 7:22-23 se nos enseña ese hecho de forma categórica y clara; veamos:
(13) “También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra […]
(14) Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer…” (Ap. 13:13-14)
(22) “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
(23) Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mt. 7:22-23)
Sin embargo, el Evangelio Eterno, Satanás no lo puede predicar sin perjuicio propio. Por lo tanto, no lo hace, y es así como se autodescubre al hablar; veamos:
(11) “Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón.” (Ap. 13:11)
Concluimos, pues, que la presencia del Espíritu de verdad no puede ser discernida de otro modo que no sea por la predicación del Evangelio Eterno. Tan ciertísimamente seguro estaba el apóstol Pablo al respecto, que nos dejó dicho para nuestra salud en Gálatas 1:8-9, lo siguiente: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (el énfasis en estos versículos es nuestro, sin embargo, al repetirlo el apóstol también lo enfatiza). El Espíritu, antes que un agente milagroso (que lo es), es un agente educador en torno al Evangelio.
2) La manifestación del don de lenguas:
Por la manifestación del don de lenguas veremos que se alcanzaron tres cosas:
a) Se cumplió la antes mencionada profecía de Isaías 28:11
b) Se viabilizó la comunicación de la promesa dada a Israel (véase Hechos 2:39-41).
c) Las lenguas sirvieron, además, para evidenciar que los gentiles también habían sido aceptados por Dios (Hch. 10:44-47).
A la luz de lo anteriormente expuesto podemos concluir que las lenguas sirvieron a los propósitos de:
1) Comunicar a los hijos el cumplimiento de la promesa hecha a los padres.
2) Señalar a los gentiles como miembros legítimos del pueblo de Dios y copartícipes de la promesa dada a Abraham.
Ambos propósitos fueron cabalmente cumplidos por medio del don de lenguas, don este que podemos catalogar de circunstancial o temporal.
Debemos ser prudentes y notar la relación estrecha y continua que la Palabra establece entre las lenguas y el Evangelio. Es necesario que así lo hagamos por el hecho de que el Evangelio también determina la legitimidad o ilegitimidad de la manifestación de ese “don” otorgado por Dios para la consecución de Su propósito redentor. Si las lenguas vienen con sonido cierto (o comunican el Evangelio), son legítimas, pero si vienen dando un sonido incierto (sin relación con el Evangelio), sea anatema.
La gran verdad es que cuando surgió la Iglesia, existían unas circunstancias especiales que justificaban la necesidad de ese don. El hecho de que los apóstoles no eran hombres de alta preparación académica (entiéndase políglotas), y de que los judíos (los hijos) estaban dispersos y habían nacido bajo culturas distintas que les llevaron a adoptar otros idiomas, constituyen, obviamente, buenas razones para que se manifestase ese don. Además, era necesario señalar la aceptación de los gentiles.
Sin embargo, Pablo nos indica que ese don habría de desaparecer en este siglo. La historia ratificó ese señalamiento por el apóstol, hecho en Primera de Corintios capítulo 13, versículo 8; veamos: “…y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.” Es obvio que al desaparecer las circunstancias que lo hacían necesario, también el don hubo de desaparecer. A manera de resumir lo aquí expuesto, en relación con el don de lenguas, enfatizaremos que ese don fue un medio de cumplir con unas cosas y de alcanzar otras, pero no constituye, bajo ningún concepto, un fin en sí mismo, como el pentecostalismo pretende.
3) La predicación evangélica de Pedro:
Pedro fue lleno del Espíritu Santo en el día de Pentecostés; y siendo que el Espíritu tiene como primera opción educar (dar a conocer el Evangelio a los potenciales miembros de iglesia), Pedro, en armonía con ese propósito, predicó el más sencillo, elocuente y eficaz sermón evangélico que jamás se haya predicado. Tan eficaz fue aquel corto sermón, que tres mil almas fueron unidas a la iglesia en aquel día (Hch. 2:41).
Es necesario hacer notar que Pedro no ofreció al público allí presente un testimonio de su cambio de vida —como se hace en los círculos pentecostales del presente—. Pedro, en armonía con el propósito de Dios y del Espíritu, anunció las maravillas obradas por Dios en Cristo, y de esa manera comunicó a Israel su liberación, salvación y redención. Las anunció, de paso, a los gentiles, quienes también le escucharon e integraron el Israel de Dios.
Tampoco proclamó Pedro haber experimentado sensaciones agradables que le llevaran a contorsionarse y a brincar, poseído por el Espíritu Santo. Ello implica que el Espíritu obra inspirándonos de un modo extraordinario y misterioso para que comprendamos el Evangelio, pero jamás nos posee metiéndose dentro de nosotros. Es, pues, necesario que cuestionemos ese espíritu posesivo que se está manifestando en nuestros días.
El Orden Bíblico
Al considerar la importancia de lo acaecido durante el día de Pentecostés tenemos que permitirnos dejar las cosas en el orden de importancia en que la Palabra las coloca. No podemos distorsionar la realidad a tal punto que enfaticemos en aquello que es un medio —el don de lenguas— y lo coloquemos como prioritario y fundamental. Eso equivale a distorsionar y, por ende, a contrariar y obstaculizar el propósito de Dios. El que así lo hace, se constituye en hereje.
Lo realmente importante de lo acaecido en Pentecostés es la promulgación del glorioso Evangelio con que Dios restauró a Israel, que es también el hogar de los gentiles. En Pentecostés se inicia la “Era del Espíritu” como agente educativo de la Iglesia, dándonos a conocer nuestra salvación en Cristo y lo que ello implica. El hecho de que inicialmente apelara a manifestar unas señales no es evidencia de que ese es Su modus operandi continuo y permanente. La Biblia enseña que la señal de la presencia del Espíritu y Su gestión es el Evangelio. Como antes señalamos, fue por las circunstancias prevalecientes por las que el Espíritu operó de ese modo.
La salvación no nos llega por las realizaciones del Espíritu, sino más bien por las de Cristo. La grandiosa obra del Espíritu no consiste en hacernos hablar en lenguas o en propiciar unas sanidades temporales. Su grandiosa obra consiste en llevarnos a creer y confiar en lo que Dios obró en Cristo para nuestra salud; en traernos la gloriosa buena nueva de que en Cristo ya fue restablecido el orden edénico, y que las cosas viejas ya pasaron para los efectos divinos.
Establezcamos ahora, a la luz de lo que aquí hemos analizado, el orden bíblicamente prioritario de los hechos antes señalados:
1) Se alcanzó el propósito de Dios “de reunir todas las cosas en Cristo” por el Evangelio.
2) Se hizo realidad la promesa de la participación del Espíritu como agente educador y poderoso vicario de Cristo.
3) Las lenguas llevaron su temporal cometido en la canalización del propósito de Dios.
Ese, y no otro, es el orden verdadero y prioritario del Pentecostés bíblico.
Incompatibilidad del Presente Don con el de Pentecostés
Preguntamos: ¿Para qué sirven las lenguas hoy? Más bien para obstaculizar la predicación del Evangelio, antes que para viabilizarlo. Hoy día, donde se manifiesta este supuesto legítimo don, reina la confusión y el desorden. No se edifica la iglesia ni se dan a conocer las maravillas de Dios en Cristo. Por tanto, sea anatema.
Las lenguas han sido tomadas y sacadas de su contexto y orden bíblico para que así sirvan como medio de confundir antes que de edificar. El gran apóstol declara que para que las lenguas sean de bendición hay que utilizarlas correctamente o, de lo contrario, no deben ser permitidas; veamos:
(5) “Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación.
(6) Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?
(7) Ciertamente las cosas inanimadas que producen sonidos, como la flauta o la cítara, si no dieren distinción de voces, ¿cómo se sabrá lo que se toca con la flauta o con la cítara?
(8) Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?
(9) Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire.” (1 Co. 14:5-9)
La diversidad de idiomas o lenguas fue utilizada por Dios para confundir (Génesis 11:1-9); y también dentro de la diversidad Dios nos trajo orden, comunicación y edificación por medio de ellas (Hch. 2:1-12). Por consiguiente, las lenguas pueden ser utilizadas para bendición o maldición, dependiendo del uso que se les aplique. En Pentecostés fueron utilizadas por el Espíritu para bendición. Es imposible decir lo mismo de su utilidad hoy, pues, obviamente, no vienen a los propósitos de edificar, sino de desordenar y confundir.
En los círculos pentecostales desde hace unas décadas se ha venido manifestando este “don” fuera de su contexto histórico y también teológico, propiciando un medio ambiente impropio para la verdadera adoración y edificación de la Iglesia. Lo peor de todo es que la Iglesia Pentecostal priva a sus prosélitos —por causa de ese desmedido énfasis en el que se coloca el don de lenguas como finalidad— del único modo verdadero y eficaz para alcanzar seguridad, esperanza, gozo, paz y legítima santidad. Ese único modo es la continua predicación del Evangelio Eterno o el testimonio de Jesús que “es el espíritu de la profecía” (Ap. 19:10).
En el día de Pentecostés que nos describe la Palabra en Hechos 2, no nace una iglesia carismática o pentecostal; lo que realmente nació fue una iglesia evangélica en todo el sentido de la palabra. Los carismas son muchos y variados, pero ninguno de ellos constituye un fin en sí mismo. Tan sólo el Evangelio da sentido a la fe, al ministerio y a la Iglesia. Es a ese glorioso Evangelio Eterno que debes entregarte con todo tu corazón, para que vivas por la fe y seas preservado en el día de la ira (1 Jn. 2:28).