
Análisis del Adventismo del Séptimo Día Parte I
A mediados del siglo 19 un agricultor llamado Guillermo Miller —quien dirigía un grupo de creyentes—, entendió que a la luz de la profecía de Daniel, conocida como la profecía de los 2,300 días, se marcaba la Segunda Venida de Cristo. Dicho grupo subió a un monte en Washington, vestidos de ropas blancas (que por cierto, Miller las vendía entre mil y mil quinientos dólares, que para aquel entonces constituía una fortuna).
Habiendo interpretado la profecía, Miller decidió que Cristo venía el 22 de octubre de 1844; evento que nunca ocurrió, y que fue posteriormente conocido como El Gran Chasco del 1844 de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Ya Miller había fijado dos fechas anteriores sin que se diera su perspectiva en torno a la Segunda Venida de Cristo.
Posteriormente, la Iglesia Adventista quedó organizada en 1863, y ya para ese entonces había aumentado la matrícula de ese grupo de “chasqueados” del 1844. Vino así Elena a convertirse en un bálsamo para el fracaso del 1844, motivando a estas frustradas personas para que se organizaran en lo que hoy conocemos como la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Algunos de sus miembros se empeñan en decir que la iglesia no nació de un chasco, porque nació en el 1863, sin embargo, fueron los “chasqueados” los que organizaron esa iglesia. Uno de sus famosos estribillos ha sido siempre: “A la conclusión que nos lleva la profecía de Daniel 8:14 es que en el cielo Cristo pasa del lugar santo al Santísimo, y en la tierra nace la Iglesia Adventista del Séptimo Día”, pretendiendo decir de ese modo que la Iglesia Adventista es una iglesia profética.
Podemos decir, para ser justos, que Miller fue sincero al finalmente admitir que se había equivocado, y jamás quiso volver a entronizar aquel grupo eclesiástico del cual se alejó definitivamente a pesar de la insistencia de algunos para que no lo hiciera. Sin embargo, la joven metodista, Elena G. Harmon, posteriormente convertida en la Sra. Elena G. de White, insistió en sostener el señalamiento hecho por un seguidor de Miller, llamado Hiram Edson, diciendo que los cálculos estaban bien, pero que el lugar a donde Cristo se movió fue al Lugar Santísimo del santuario celestial. Ello implicaba que el chasco no era tal, y procedió a sostener la idea antibíblica e inexistente de un juicio investigador. (Véase Primeros Escritos de Elena G. de White, prólogo, pág. XV.)
Dios quiso que este servidor de ustedes formara parte de esa iglesia, por eso tengo fundamento para hablar de ellos por conocimiento propio. Al igual que sucedió con Pablo, este servidor llegó a ser docto en la ley por haberle Dios enviado a aprender el concepto legal de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Pablo dice en el libro de Filipenses, capítulo 3, versículo 5, que su linaje lo llevó a ser muy conocedor, como los fariseos, del pacto de la ley. Similarmente, yo fui enviado a la Iglesia Adventista del Séptimo Día a los fines de comprender bien el asunto en torno al énfasis legalista de esa organización, surgida en el 1844. A partir de ahí gané conciencia de que en el adventismo no se predica el Evangelio, pero, simultáneamente, tuve la bendición de unirme a un grupo que surgió en Ponce, P. R. llamado El Despertar, donde pude no solamente constatar, sino aumentar mi conocimiento en torno al Evangelio, creando así, para mi beneplácito y el de Dios, un gran balance entre la ley y el Evangelio. Posteriormente, apareció en mi vida el Espíritu de mi hermano mayor, Jesús, y bajo su dirección me hice maestro en escatología bíblica, en el trasfondo del Evangelio Eterno. Por eso estoy en posición de evaluar a los Adventistas del Séptimo Día, y puedo decir, con todo conocimiento de causa, que es un pueblo que doctrinalmente hablando ha atado una teología muy sutil, peligrosa, y diría más, muy devastadora, evangélicamente hablando, porque hasta pretende derrocar el 31 (fecha del Calvario) en favor del 1844.
Daniel y su Profecía
Es de todos conocido que el libro de Daniel profeta nos presenta la más interesante narración profética de lo que habría (y ha) de acontecer en el mundo. Dicha profecía comienza con el imperio babilónico y se remonta hasta la misma Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo.
Esta profecía es dividida en tiempos, durante los cuales habrían de acontecer hechos notables que afectarían la historia, no sólo del mundo, sino en forma especial al pueblo de Dios y hasta la misma verdad del Altísimo.
En esta profecía se nos presenta enfáticamente un poder (representado por la cuarta bestia de Daniel 7:7) que habría de oponerse (con sutileza) a Dios. Es obligación de todo cristiano sincero, descubrir este poder a los fines de reconocerlo y neutralizar así su obra junto a sus dañinos efectos.
Es mi deber advertir al pueblo —llenándolo del conocimiento verdadero que Dios ha traído por medio de la profecía de Daniel— e interponerme entre las pretensiones diabólicas del dragón, que ha utilizado la iglesia que nace del chasco del 1844, por ser esta (la Iglesia Adventista) la institución que pretende desviarnos de la fecha más importante que existe sobre la faz de la Tierra, que es la fecha del 31 después de Cristo. No se puede encajar el 1844 (como lo hace la doctrina adventista) sin perjudicar el 31, y Pablo en su gran epístola a los Hebreos establece que desde el 31 se abrió el camino hacia el Lugar Santísimo. En otras palabras, Pablo implica en capítulos como el 9 y 10 de dicha epístola, que el juicio del justo o del creyente ya pasó, y que tan sólo aguardamos porque el veredicto glorioso de absolución se nos otorgue en la Segunda Venida de Cristo. Así que, el 1844 nos dirige a la preocupación y al sufrimiento, mientras que el 31 nos entusiasma y edifica nuestra fe para que aguardemos con gozo y alegría a que nuestro Señor aparezca entre las nubes de los cielos. Los originales miembros del movimiento de Guillermo Miller, llamados Los Pioneros, sintieron ese gozo; y la frustración a la que fueron llevados ante el fracaso, los condujo a tornarse en amargados legalistas que nunca más experimentaron el gozo de la salvación en Cristo, pues la Sra. White los despojó de toda alegría evangélica. A lo largo del tiempo esta señora lo que hizo fue decir al pueblo cómo tenía que vestir, cómo tenía que recortarse e inclusive cómo debía ser la ropa interior de los hombres y las mujeres que integran dicho movimiento. Es algo así como dice Pablo en Colosenses 2; veamos:
(20) “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos
(21) tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques
(22) (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?
(23) Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.” (Colosenses 2:20-23)
Si tú tomas un libro de la Sra. White en tus manos y lees, como lo hemos hecho nosotros, encontrarás que te deja sin esperanza. Tomemos esta cita por ejemplo:
“En el tiempo señalado por el juicio —al fin de los 2,300 días, en 1844— empezó la obra de investigación y el acto de borrar los pecados. Todos los que hayan profesado el nombre de Cristo deben pasar por ese riguroso examen. Tanto los vivos como los muertos deben ser juzgados de acuerdo con las cosas escritas en los libros, según sus obras. Los pecados que no hayan inspirado arrepentimiento y que no hayan sido abandonados, no serán perdonados ni borrados de los libros de memoria, sino que permanecerán como testimonio contra el pecador en el día de Dios.” (Conflicto de los Siglos de Elena G. de White, pág. 540.)
Nótese cómo el énfasis del 1844, admitido por la Sra. White en la lectura que antecede, te deja sin esperanza, amargado e inseguro; sin embargo, la verdad es que Cristo pagó por tus pecados. Si la salvación depende del arrepentimiento del creyente —de todos sus pecados—, no se salva nadie, porque eso implicaría que el hombre tiene que alcanzar la perfección empírica, y la realidad es que el hombre con naturaleza vil no puede hacer otra cosa que la que hizo el publicano, decir: “…sé propicio a mí, pecador.” Es claro, mi querido hermano lector, que debes cuidarte de ese tipo de teología, en principio católica y antibíblica. Nota la expresión de nuestro Señor: “…El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24). No es que tú vas a ser aprobado en el juicio investigador —¡maldita sea dicha herejía!—, sino que ya has sido salvado en el Calvario o, lo que es igual, en el 31 se consumó tu salvación. Si perseveras hasta el fin creyendo y confiando en el juicio que Dios te celebró para ese tiempo, no tendrás nunca por qué preocuparte, eres miembro del pueblo de Dios y serás dotado con vida eterna. ¡Aleluya!
Algunos dirán: ¿Y por qué este señor se dedica a denunciar las iglesias? Y yo les digo: porque este señor constituye la última cátedra que Dios estableció para instruir al pueblo, como dije anteriormente, y cuidarlo de la herejía que pretende dar al traste con los propósitos divinos de misericordia y salvación, que para los hombres de buena voluntad en este mundo programara Dios. Repito aquí que mi Padre, que está en los cielos, me ha enviado para que tengan conocimiento, y para que los cuide de las herejías que sobreabundan en un cristianismo babilónico que a todas luces cubre nuestra bella Isla del Encanto y al mundo entero.
La Profecía de Daniel 8:14
En la caprichosa interpretación que hacen los adventistas sobre la profecía de Daniel 8:14 no se toma en consideración el contexto para nada, porque, ¿de dónde se sacan los pioneros adventistas que allí se está hablando de la purificación del santuario celestial o del juicio investigador? si dicho contexto lo que pretende es determinar la duración de la obra destructora de la Abominación Asoladora, representada por el romanismo Papal. Veamos:
Fíjese ahora, amigo lector, en la pregunta del versículo 13, que da margen a la contestación que aparece en el versículo 14 de ese mismo capítulo 8; veamos:
(13) “…¿Hasta cuándo durará la visión del continuo sacrificio, y la prevaricación asoladora entregando el santuario y el ejército para ser pisoteados?”
Y he ahí la contestación:
(14) “…Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será vindicado.”
La palabra “sadaq” que es la que se traduce por “purificado”, a tenor con el contexto lo correcto es que se traduzca como “vindicado”, porque ahí no se está hablando de purificación, y sí se está hablando de duración para la vindicación de la obra intercesora de nuestro Señor Jesucristo o de la presentación del continuo sacrificio que Roma echó por tierra. En dicho capítulo 8 la inspiración bíblica nos habla de los imperios, y se marca que del Imperio griego surge el Imperio romano, representado por el cuerno pequeño que crece hacia el oriente o hacia la tierra gloriosa. ¿Cuál es la tierra gloriosa? Indudablemente que la tierra gloriosa es el Medio Oriente (en otra versión se le llama la tierra deseable). Realmente así sucedió, las conquistas de Roma —representadas por el cuerno pequeño—fueron hacia ese territorio (Oriente Medio). Por eso los césares pudieron bregar directamente con los cristianos, a quienes mandaban para que fueran muertos en el Circo Romano.
El resumen de lo dicho es: La interpretación adventista de Daniel 8:14 es terriblemente anticontextual. Esta temática importantísima en torno a la profecía de Daniel seguiremos considerándola en la medida que continuemos evaluando la Iglesia Adventista, y demostraremos, libre de toda duda, que nuestra interpretación es la correcta. Así que, si quieres mantenerte en contacto con la verdad para este tiempo, mantente en contacto con nosotros.