Analizando la Profecía de Daniel 8:14

SERIE:  Denunciando los Verdaderos Detractores de la Sociedad
Vía Religiosidad  Parte XV

Análisis del Adventismo del Séptimo Día  Parte II

En la edición anterior comenzamos analizando la profecía de Daniel 8:14.  Queremos continuar en el análisis de esta profecía que por la interpretación adventista se ha convertido en una cruel enseñanza que, como dijésemos anteriormente, se opone al 31.  Para poder interpretar dicha profecía (mal llamada como la Profecía de los 2,300 días) es preciso entender que ahí no se está hablando de días como es el caso en el libro de Génesis: …“Y fue la tarde y la mañana un día” (Génesis 1:5), sino que se está hablando: “Hasta dos mil trescientos sacrificios de tarde y de mañana; luego el santuario será vindicado” (Daniel 8:14).  Dijimos, además, en el pasado capítulo, que el contexto requería que la traducción fuera “vindicado” y no “purificado”.  (En el cielo todo es puro, no hay nada que purificar.) En esta ocasión queremos consignar que es necesario entender a Dios por sus dichos y por sus hechos, y que, por consiguiente, antes de entrar en señalamientos proféticos en torno a Daniel, vamos a presentar un estudio, previo al asunto que nos concierne, sobre las prioridades divinas y el porqué de esas prioridades.

El Tiempo y sus Efectos en la Profecía

La profecía no requiere de una cronometría exacta en términos de tiempo para el cumplimiento y claridad de la misma.  La profecía nunca ha marcado momentos exactos, por causa de lo impredecible de las acciones de los hombres.  En términos generales, los hombres somos muy variables, y aunque Dios sea invariable, la profecía siempre es de carácter histórico, y viene para la humanidad exclusivamente, no para los ángeles (aunque eso no implica que los ángeles no puedan tener sus propias profecías, pero la profecía bíblica es para los hombres).  Por consiguiente, Dios, quien no controla al hombre como si este fuese un maniquí o un “robot” (recuerda que Dios respeta la voluntad de los hombres, pues los creó individuos hechos a Su imagen y semejanza, esto es, con voluntad propia), simplemente aguarda porque este, el hombre, por su iniciativa, se empeñe e involucre en viabilizar su parte a los fines de que la profecía pueda tener un cumplimiento relativamente cercano a los tiempos en que más beneficio pueda ofrecer al hombre mismo.  Dicho de otro modo, los hombres participan en el cumplimiento de las profecías (excepto una que otra que es unilateralmente planteada por Dios, a lo cual tiene derecho).  Por consiguiente, los hombres afectan la profecía, dilatándola o adelantándola, con sus acciones presentes.  Dentro de estos distintos cumplimientos de las profecías marcadas en la Escritura, constituyen (los hombres) un elemento variable o impredecible que no permite, o que adelanta, el cumplimiento de las profecías en términos de cronología temporal, por ejemplo:  Si la Iglesia cumple con presteza el evangelismo requerido al fin de los tiempos, adelanta la venida de Cristo; pero si se toma más tiempo en viabilizar el evangelismo final que Dios quiere, dilata la venida del Señor; no es Dios quien la dilata, sino el hombre.  Repetimos que Dios es un ser que no está sometido al tiempo, es atemporal; es el hombre el que vive en el tiempo, sometido a este.  Dicho de un modo muy práctico, Dios realiza su parte tomando en consideración la criatura, no por limitación de Sí mismo, sino por la relación que con el limitado hombre tiene.  Dios lo que necesita son acciones en el tiempo por parte del hombre mismo, que constituyen, paradójicamente, eventos concretos no afectados por el tiempo.  Dios vive enfatizando en los acontecimientos, y no en la cronología temporal.  En el caso del hombre es contrario, tiene que vivir con el tiempo y con las circunstancias que le rodean.  Por consiguiente, el tiempo no es importante para Dios, pero sí lo es para la criatura (entiéndase el hombre) quien, por necesidad, tiene que aguardar circunstancias específicas para la ejecución de la parte que a él corresponde.  Veamos esto ejemplarizado:  Existe un versículo que dice:  “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió…” (Gálatas 4:4).  Nótese cómo Dios actúa venido el cumplimiento del tiempo cuando se reúnen unas circunstancias específicas, ocasionadas por las acciones de los hombres en el tiempo; Dios actuó y envió a su Hijo; pudo enviarlo cuando le diera la gana, pero Él toma en consideración el hecho antes explicado de que el hombre sí necesita del tiempo, y actúa entonces en relación con el tiempo dado al hombre y no con relación a su propio tiempo, pues Dios es eterno.  Sin embargo, como la profecía implica una relación Dios-hombre, Él aguarda por estos, y se coloca en sus tiempos sin dejar por eso de dar prioridad al acontecimiento antes que a la fecha.

El fin ha llegado y evidentemente se está hablando del fin del tiempo para el ser humano, no para Dios.  No es que a Dios se le agotó el tiempo, pero sí Dios determina que el hombre tiene un tiempo, porque no está dispuesto a aguardar más por el desenfreno que los hombres seguirían haciendo por los siglos de los siglos si les da más tiempo del debido.  Por consiguiente, Dios se ve obligado a aguardar un tiempo, pero lo hace cesar cuando quiere, y eso es algo muy claro a la luz de la Escritura.  Veamos un ejemplo en Génesis 6:3:  “Y dijo Jehová:  No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne; mas serán sus días ciento veinte años.”

Sectas como la Iglesia Adventista del Séptimo Día, los Russelistas o Testigos de Jehová, la Iglesia Universal (que dirigía Herbert W. Armstrong) y otras, prefieren que los acontecimientos se cumplan cuando ellos programan una fecha, aunque el acontecimiento se realice de forma inefectiva; mientras que Dios prefiere que el acontecimiento se cumpla de forma totalmente efectiva, aunque haya variaciones en el tiempo, pues lo que importa para Dios no es el tiempo que se tome, sino los efectos que surjan del evento mismo.  De manera que debemos ajustarnos a pensar del modo siguiente:  Es mejor que el evento sea radicalmente distinguido y de beneficios positivos, aunque no sea cronométrico; que el hecho de que sea cronométrico y no determinantemente beneficioso para sus propósitos.  Por eso hay tanto chasco entre los hombres.  Pobrecitos, pensamos que Dios nos falló, pero somos nosotros los que le hemos fallado.

La mente occidental se caracteriza porque disfruta la exactitud cronométrica, y relega el estilo idiosincrásico del oriente.  Cuando la mente occidental razona, se enfatiza en la exactitud, mientras que la mente oriental disfruta más la claridad de la idea.  Por consiguiente, hablar de individuos occidentales es hablar de personas que hacen énfasis en la revestidura, y no en el contenido de la idea.  Ciertamente que el pueblo escogido para constituirse en depositarios de la verdad fueron individuos orientales, quienes enfatizan más en la idea y la acción misma, que en la forma cronométrica a la que se acoge el raciocinio occidental.  El individuo oriental, por ejemplo, ve un bote navegando en el mar, e inmediatamente lo relaciona con una acción placentera de fresco, de velocidad y de diversión; mientras que para un occidental esa misma escena constituye detalles como:  “¡Qué color bonito tiene el bote!”,  “¡Qué tranquilo está el mar!”, afectando así las ideas y yendo en detrimento de la acción, enfatizando en el esteticismo de la revestidura externa.  Podemos ver, entonces, de esa misma manera que la profecía se ve afectada por la mentalidad del que la contempla.  La mente occidental en vez de mirar la acción de Dios, mira el tiempo en que Este la realiza, constituyendo entonces la profecía misma en algo de menor importancia y desvirtuándola  eventualmente en su significación.  Con esto hemos querido decir que la mentalidad occidental que posee la Iglesia Adventista, entre otras, de una cronología exacta en términos de fecha, va en detrimento del énfasis en la idea y los efectos de la acción que Dios trae.  De ese modo, con esa mentalidad, limitan a una mera historia del pasado los alcances de la profecía, neutralizando el fundamental y necesario estímulo con que Dios nos quiere mantener; relegando así el propósito de la profecía misma que lo que propone es el final triunfo para el pueblo de Dios, y que constituye un recuerdo constante, a manera de estímulo, para que nuestras fuerzas no disminuyan y nuestra fe sea fortalecida.

En resumen, cuando se logran números exactos entre los hombres, y específicamente entre los adventistas, se declara:  “¡Qué bueno, somos el pueblo!”  ¡Nos la comimos!”  Mientras que Cristo desde el cielo dice:  ¡Booo!  No te permitiste a ti mismo los beneficios amplios que pretendí ofrecerte, sino que lo limitaste todo a un gozo numérico.  ¡Qué gran torpeza!  Por no aceptar “el chasco del 1844” lo hiciste peor, lo alargaste, lo convertiste en un chasco de grandes proporciones; o sea, de un “chasquito” ahora lo llevaste a “chascón” y, por consiguiente, preocúpate un montón.

La Profecía de Daniel 8:14

Para comenzar con el pie derecho al interpretar esta profecía, debemos entender un punto fundamental en torno a la misma.  No está hablando el versículo 14 de Daniel 8 de 2,300 días, sino evidentemente se habla, sin lugar a dudas, de 2,300 sacrificios, que vendrían a ser, por fuerza mayor, 1,150 días, pues se hacía dos sacrificios al día.  El señalamiento de “tarde y de mañana” es una alusión a ese hecho.  No es esa aseveración alusiva o similar a los días de la creación donde se dice que “fue la tarde y la mañana un día” (Génesis 1:5).  Sin embargo, ese señalamiento de Génesis, a pesar de que no es una misma connotación, con todo y eso, establece nuestro criterio para entender qué cantidad de días hay en 2,300 sacrificios de tarde y de mañana.  Por consiguiente, no hay duda alguna de que el tiempo de la profecía se limita a 1,150 días o años proféticos.

Conscientes ya de la duración de la profecía, pasemos ahora a componer el rompecabezas.  Debemos preguntarnos:  ¿Cómo comienza el cumplimiento de la profecía?  ¿Comienza dicho cumplimiento con un trasfondo o contexto purificador, o con un contexto vindicador?  Note cómo el ángel revelador comienza expresando los actos de la prevaricación asoladora que efectúa el prevaricador prefigurativo, Antíoco Epífanes, cuando históricamente arrasó con el templo judío allá para el año 168 a.C.  Logró Antíoco profanar el templo y quitar la ofrenda diaria que ofrecía el pueblo prefigurativa y tipológicamente a Dios, por aproximadamente 42 meses o, lo que es igual, tres años y medio ó 1,150 días.  Durante tres años y medio el pueblo quedó sin el sacrificio continuo, hasta su restablecimiento entre los años 165 y 164 a.C.  Esto dio el cumplimiento literal a la profecía en su contexto histórico.

Siempre debemos entender que la profecía, históricamente hablando, se cumple doblemente o bilateralmente; me explico:  El término prefigurativo implica traer acontecimientos históricos cumplidos en el pasado y que apunten hacia realidades finales.  Antíoco Epífanes es una clara figura de la aniquilación del templo que habría de realizar a su tiempo el romanismo en términos figurativos; y para apuntar hacia el futuro es necesario utilizar el método de “día por año te lo he dado”.  Tomemos la autorización que Roma ofreció al sometido cristianismo durante el reinado de Constantino, quien comenzara a oficializar el cristianismo como la religión aceptada por el Imperio; obra esta que viabilizó el emperador Teodosio allá para los años 379 a 380, y que legalizara Justiniano posteriormente.  Con Teodosio fue el tiempo que, en términos prácticos, el cristianismo de aquel entonces comenzó a hacer cuanto quiso en materia religiosa y, específicamente hablando, comenzó a echar por tierra la verdad cuando colocó en el sacerdocio la intercesión, en lugar de dejarla donde estaba establecida por Dios, que es en Cristo —sacerdote según el orden de Melquisedec—, quien entró en el Lugar Santísimo una vez para siempre, y con una sola ofrenda justificó la raza humana (Hebreos. 10:14).  Si tomamos este año (380) como punto de partida, y lo proyectamos hasta 1,150 años después, nos lleva nada más y nada menos que al 1530, fecha en que la Reforma dirigida por Martín Lutero y sostenida por su compañero Felipe Melanchton, vindicó el santuario en términos figurativos en la conferencia de Augsburgo; conferencia esta que marcó el triunfo de Dios, y que ha sido una de las batallas más exitosas de la guerra que implica el Conflicto de los Siglos, donde se estableció que solo el Evangelio o la justicia labrada por Cristo, constituye la base de nuestra salvación, porque allí se fijó el Calvario como único camino hacia el cielo.  Es el equivalente de señalar que el santuario permanente y perfecto no es otro que el Señor Jesucristo, he ahí el porqué Pablo señala:“…me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5).  Que entienda el amigo lector de un modo claro que los oficios tipológicos que en el santuario terrenal se realizaban constituyeron actos y creencias que apuntaban hacia la realidad extraordinaria de Cristo, Su encarnación, Su intercesión y Su obra redentora.

Por consiguiente, he ahí la correctísima interpretación de los 2,300 sacrificios o 1,150 días.  No hay duda alguna que no se debe tomar esta profecía para  hablar de un “Juicio Investigador” en 1844, por razones obvias, sino de eventos realizados en la historia, que aun cuando no sean cronométricos, apuntan hacia la realidad  final.  Te recordamos ahora, amigo lector, que la historia es repetitiva, que los principios en pugna entre Antíoco y los judíos, entre el Imperio romano y la Reforma, seguirán repitiéndose en la historia, y ahora, al fin de los tiempos, cobra vida nuevamente el señalamiento profético que ha marcado el Conflicto de los Siglos.  Por consiguiente, estén todos atentos a esta importante secuela de interpretaciones proféticas, pues nos habremos de beneficiar todos, y en especial los miembros de la Iglesia Adventista, quienes pueden tener una alternativa profética y correcta en torno al libro de Daniel.  Es evidente, hermano lector, que el patrón de la historia ha sido repetitivo o circular, no es lineal como presuponen algunos, y con esto queremos decir que las cosas que pasaron, en principio se repiten, por lo cual veremos en futuros escritos, de una manera clara, que las alzas y las bajas que Roma ha tenido en la historia seguirán, entiéndase la trascendencia negativa de los actos de Roma y las conjuraciones por parte del cielo a esos actos.  Como esto sigue habrá repercusiones de todas estas cosas al fin de los tiempos.  En su momento estaremos planteando las implicaciones finales del gran Conflicto de las Edades.

Si quieres estar en contacto con la verdad, mantente en contacto con este legítimo ministerio levantado por Dios para el fin de los tiempos.