Los Dos Testigos

Es por todos sabido que en el Viejo Testamento se nos presenta la visión de los candelabros que simbolizan la Iglesia, enmarcados entre dos olivos que la Escritura misma llama ungidos, y que no constituyen otra cosa que dos testigos que habrían de traer vasto conocimiento a un mundo en tinieblas, y enfáticamente a la Iglesia (Zacarías 4:11-14).  Este asunto, visto desde un punto de vista práctico, significa, a su vez, dos etapas ministeriales cuyas cátedras habrían de ser deslumbrantes, y a la vez anteceder al juicio final.

Uno de los testigos culminó su evento en la historia, y no es otro que el Señor Jesucristo, quien fue crucificado, muerto y sepultado; pero quien, a su vez, resucitó al tercer día y fue recibido por el Padre en los cielos.  Bástenos señalar que el Señor Jesús es el único ser histórico que llena todos y cada uno de los señalamientos que de ese testigo se hacen en Apocalipsis 11, pues, ¿quién otro ha podido ser señalado que no sea Él?; veamos:  Fue Cristo el único en ser puesto en ignominia; fue también el único que no deseaban enterrar (Apocalipsis 11:9); y fue también quien ascendió a los cielos (Apocalipsis 11:12).  Si como dicen algunos, fue la Palabra, es menester recordarles que la Palabra nunca descendió del cielo, siempre estuvo en el cielo.  Ante Dios, la Palabra nunca pudo haber sido detenida, por consiguiente, la expresión “Subid acá” (Apocalipsis 11:12) no aplica a la Palabra, sino a Su Hijo, a Jesucristo, quien es la Palabra encarnada.

Ante esta realidad hemos de reconsiderar nuestra visión en torno a los dos testigos.  No es tampoco aplicable la interpretación del capítulo 11 de Apocalipsis a ningún otro que fungiera en el pasado como profeta de Dios.  Es decir, ni Elías, ni Moisés, ni ningún otro puede ser la persona aquí indicada, ya que ninguno de ellos resucitó al tercer día y ascendió al cielo delante de todos como estipula dicho capítulo 11.

Por consiguiente, hemos de reconocer que el segundo testigo que aquí se señala es un individuo que aún no ha aparecido en la historia, pero que sí está por Dios aparejado para actuar como una figura de Cristo al fin de los tiempos y para recordar lo acaecido con Este (con el Señor Jesús).  Por dicha gesta, el enviado de Dios habrá de colocar a la gente en posición de recordar que el Hijo de Dios pagó por nuestros pecados, y es quien constituye el único camino para alcanzar la vida eterna.

Este testigo del fin de los tiempos se estará constituyendo en un testigo complementario, y su misión es ensalzar la obra vicaria del testigo fiel y verdadero, quien es nuestro Señor Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores.  El hecho de que se señale en Apocalipsis capítulo 11, versículo 8:  “…donde también nuestro Señor fue crucificado” no descarta a Jesús como uno de los testigos.  Porque la expresión “nuestro Señor” es una alusión al Padre, al “Curios” o Señor Todopoderoso, quien en el sentido figurativo fue crucificado también, ya que el Hijo y el Padre constituyen uno, como le dijo Jesús a Felipe; veamos:  “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta.  Jesús le dijo:  ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?  El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú:  Muéstranos al Padre?” (Juan 14:8-9).  Así se cumplió lo dicho por Pablo en Primera de Corintios 15:28, donde el apóstol nos dice:  “…para que Dios sea todo en todos”. No hay duda de que Jesús es el primero y fundamental testigo de la historia:  como Jesús, fue testigo, y como Dios, es Yavé.  No olvidemos que Él fue el Dios hombre (como hombre, fue testigo; y como Dios, el que envía).

Descartando la Palabra Escrita

Cuando vamos a hablar de los dos testigos tenemos que definir inmediatamente que no es posible que sea la Escritura por sí misma (como algunos piensan, que los dos testigos son el Viejo y el Nuevo Testamento).  De manera que si eliminamos la Revelación Escrita como una posibilidad de que esta constituya los dos testigos, podemos entonces concluir que los dos testigos son dos hombres.  Las razones de peso que tenemos para señalar que no pueden ser el Viejo y el Nuevo Testamento son:

1.  Que la Palabra Escrita, aparte de los intérpretes, sería inefectiva en su propósito.

2.  Que Dios es la  Palabra.  La Palabra nunca puede ser separada de  Dios (ni tampoco de los hombres a quienes Dios se la revela). Por eso la Escritura siempre está vinculada a sus intérpretes, y nunca se presenta aparte de esos intérpretes.  Ejemplos:

a.  Cristo declara en el libro de Juan que el Viejo Testamento da testimonio de Él; veamos: “Escudriñad las Escrituras; porque a  vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).  Nótese  que en la Biblia sola no podemos tener la vida eterna, aparte de ese personaje (Cristo). Es como si dijera:  Aparte de mi persona histórica ese libro no tiene sentido, por eso es importante leer.

b.  La participación del profeta es fundamental e inseparable de la Palabra Escrita: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo  primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:19-21).  Nótese cómo aparte de los hombres o profetas el libro es inoperante.  Por consiguiente, cuando en Apocalipsis 11:5 se habla de que “…sale fuego de la boca de ellos…”, no es de la Palabra Escrita, sino de la boca de los hombres que representan a Jehová valiéndose de la Palabra Escrita.

Si esto no fuere suficiente, nótese que Apocalipsis 11:10 lo señala literalmente  cuando dice que “estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra”; esto equivale a decir que el libro atormenta con la participación de los profetas, pero nunca sin esta participación fundamental y necesaria.  Luego entonces, la conclusión a la cual queremos llegar es que los dos testigos son dos hombres y no los dos testamentos, porque la Escritura existe porque existen los hombres; si no es así, ¿a quién va dirigida entonces?

Inequívocamente son los dos testigos dos hombres que interpretan correctamente los oráculos de Dios.  La Palabra es pasiva y no puede por sí sola atormentar a nadie, pero en el momento que se activa y se torna parlante por medio del profeta sí atormenta porque se convierte en una de carácter activo que penetra el alma y discierne los pensamientos, atormentando de ese modo (Hebreos 4:12).  Podríamos, imaginariamente, elevar la Palabra abierta en un péndulo para que todo el mundo la viese, y si tú no la miras —cosa que es fácil de hacer para el que no quiere oír hablar de otro mundo— es totalmente inoperante.

Por consiguiente, el Viejo y el Nuevo Testamento por sí solos no pueden constituir los dos testigos.  Indubitablemente, esos dos testigos son dos hombres que en la historia, al fin de los tiempos, proyectarán un panorama claro y preciso en calidad de catedráticos en torno al cumplimiento de la profecía.

Descartando a Elías y a Moisés

Existe la teoría injustificada de proclamar que Elías y Moisés constituyen los dos testigos.  Ciertamente que Elías y Moisés quedan descartados ante el hecho de que uno de los dos testigos indubitablemente es Cristo.  El mismo libro de Apocalipsis dice que Cristo es el testigo fiel y verdadero (Apocalipsis 3:14).  Por consiguiente, debemos considerar este asunto como propio para el tiempo del fin.  Si podemos entender que el tiempo del fin es de Cristo para acá, podremos señalar que el testigo número dos es un testigo complementario del número uno que es Cristo.  Entiéndase que es complementario desde el punto de vista homilético, evangelístico o educativo, pero no desde el punto de vista meritorio que el Calvario implica, en ese sentido es Cristo, y Este (Cristo) solo.

Cuando hablamos en términos radicales siempre tendremos que mirar al Señor Jesús, por cuanto todo atributo y característica radical a Él pertenece y no a ningún otro.  Cuando hablamos de el justo, con el artículo definido el, no se puede pensar en ninguna otra persona que no sea Cristo.  Cuando hablamos del profeta con mayor autoridad, no se puede mirar en otra dirección que no sea hacia Cristo.  Por consiguiente, cuando hablamos de el profeta, tenemos que pensar en Cristo y no en otro.  Cristo constituye el profeta mayor, el que nombró los profetas del pasado.  Cristo es el principio de la creación de Dios, por eso vemos que en Apocalipsis capítulo 1, la introducción al libro es:  “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio…”.

De manera que podemos proclamar sin equivocarnos que el libro de Apocalipsis o de Revelaciones habla con carácter exclusivo del Cristo histórico y triunfante.  No se puede traer a nadie del pasado y colocarlo en lugar de Cristo.  Este señalamiento claro y preciso está ubicando en el tiempo a los dos testigos para que sepamos que ha llegado el cumplimiento del tiempo en que el segundo testigo aparecerá en la historia.  En lugar de mirar al pasado debemos mirar ahora al fin del siglo cuando se habrá de predicar el librito que Juan toma en sus manos para que se predique un poco más de tiempo, aproximadamente tres años y medio más, y de ese modo aguardar próximamente la aparición del testigo complementario.  El testigo complementario es uno que aparecerá para recordar la historia de Cristo y de Su amor en favor de la raza humana.  De manera que el testigo complementario nos lleva al Calvario, única fuente de salvación, pero es un tipo de Cristo, quien constituye el antitipo.

En definitiva, estos dos testigos son de carácter escatológico (perteneciente al fin de los tiempos) como lo es Cristo —el primer testigo—, puesto que el Calvario es un evento escatológico y culminativo.  Cristo es la suma y sustancia de todo el andamiaje teológico, incluyendo el profetismo, pues en Él se resume y culmina toda profecía.  Más adelante veremos cómo es que indubitablemente Cristo es uno de los testigos (el Fiel y Verdadero, el primero y el que es completo).  Por consiguiente, el hecho de que Cristo sea el principal de los testigos, descarta a Elías y a Moisés.

En Elías, de quien se dice que vendrá antes del día grande de Jehová (Malaquías 4:5), se tipifica el profetismo.  Elías es también tipo del antitipo que es Cristo.  Sin embargo, cuando buscamos la verdad de una forma clara y precisa tenemos que reconocer que Elías no volverá personalmente, porque de Elías se dice que es su típico espíritu profético el que sobrecoge a Juan.  Refiriéndose a Juan la Inspiración dice en Lucas 1:17, que este, Juan, iría delante de Cristo con el espíritu y el poder de Elías para preparar el camino delante de Él, pero no era Elías personalmente (Juan 1:21), sino Juan con el espíritu profético de Elías.  De este modo es que Cristo puede señalar que Elías ya vino (Mateo 17:10-13).  Este hecho fue también claramente establecido por el Señor en Mateo 11:14, donde refiriéndose a Juan, Jesús dijo a la gente:  “Y si queréis recibirlo, él [Juan] es aquel Elías que había de venir.” ¡Qué claro!, ¿verdad?

No sólo Cristo es el testigo fiel y verdadero, sino que constituye, además, el mayor de los profetas.  Durante la transfiguración de Cristo en el monte, donde aparecen Elías y Moisés junto con el Señor Jesucristo, leemos el siguiente diálogo que aparece en Mateo 17:1-13:

(1) “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
(2) y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
(3) Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él.
(4) Entonces Pedro dijo a Jesús:  Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas:  una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.
(5) Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía:  Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.
(6) Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.
(7) Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo:  Levantaos, y no temáis.
(8) Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.
(9) Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo:  No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.
(10) Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo:  ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
(11) Respondiendo Jesús, les dijo:  A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas.
(12) Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.
(13) Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista”.

Al comentar sobre este diálogo escenificado que antecede a este párrafo, debemos notar lo siguiente:  Elías y Moisés son símbolos del Viejo Testamento, del período que antecede a Cristo.  Había entre los escribas y entre los fariseos un amor especial que rayaba en fanatismo por los profetas veterotestamentarios.  Cuando Pedro reclama que va a hacer tres enramadas (para Elías, para Moisés y para Cristo), está declarando:  Estos vienen a cumplir unas funciones específicas en este tiempo, por lo tanto, vienen con carácter permanente y las enramadas son necesarias.  Esta proposición de Pedro en torno a las enramadas lleva la idea de que la profecía en relación a que Elías vendría antes del día grande de Jehová se iba a cumplir.  Sin embargo, hemos de observar que Dios el Padre intervino para romper con esa idea y declaró que Cristo es la suma y sustancia de todo el profetismo pasado, el mayor de los profetas.  He ahí el porqué de Su señalamiento:  “…Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.” Quiso decir con ello:  Olvídense del profetismo pasado, que Este (Jesús) es el mayor de los profetas.  Ellos (los discípulos) lo entendieron así, por eso le preguntaron a Cristo: “¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?” Se justifica que Jesús les diga:  Elías ya vino en Juan.

Resumiendo lo que ahí ocurre y el significado de ese diálogo, obsérvese que el Padre ha dicho:  Abandonen el énfasis en Elías y los profetas del pasado, al decir:  En Este (en Cristo) es en quien tengo complacencia, y a Este es a quien tienen que oír.  Mientras Cristo complementa la escena diciendo:  Elías ya vino, no volverá.  ¿Cómo vino?  Representado en Juan, como ya te hemos probado y como lo aseveró Jesús categóricamente al final de este diálogo que te hemos presentado de Mateo 17.  Por consiguiente, ante esta interpretación, ahora podéis tener un panorama claro de que Dios Padre descarta a Elías y a Moisés, demostrando así que no se les ha asignado una nueva participación en este siglo.  Realmente Elías y Moisés quedan descartados de todo panorama o escenario final.  Es Cristo la suma y sustancia de todo el profetismo pasado (Mateo 17:8).

He aquí el porqué la Escritura enfatiza que cuando volvieron a mirar vieron a Jesús solo.  Esa expresión “Jesús solo” indica que había aparecido el primero y fundamental testigo de la historia, Cristo el Señor.

El próximo testigo aún no había aparecido como profetiza la Escritura en Isaías 11:11-12, dándonos así la razón de que el testigo complementario estaría en el futuro como última cátedra previa al juicio.  En ningún momento se ha dicho que son simultáneos como pretenden decir los de las sectas levantadas por Satanás para opacar nuestro evento que legítimamente cumple con Apocalipsis 11.