
Mucho se ha hablado sobre el profetismo y se seguirá hablando, pues es este un asunto un poco más complejo de lo que se cree y, por consiguiente, es un tema objeto de controversia y plagado de errores, por no decir horrores.
La posición profética ha sido muy necesaria en el decurso del tiempo, y hoy día lo es más aún. El vocablo Babilonia implica confusión, desviación, herejía y antagonismo para con Dios; mientras que el vocablo profeta implica canalización, clarificación y amistad con Dios. Vamos, pues, a analizar este término (profeta) en pro de mejorar nuestra capacidad analítica y evitar así el ser llevado de todo viento de doctrina. Dice Pablo que los dones ministeriales —entre ellos el profetismo— han sido dados para que ya no seamos niños fluctuantes (Efesios 4:11-14).
El ministerio en apostasía pretende eliminar la realidad del profetismo final o escatológico; asunto este que es de primerísima importancia ahora en los momentos finales de la historia. Nunca ha sido tan importante como ahora el que tengamos un legítimo profetismo que nos oriente y ayude a escoger el camino correcto. La Biblia va más lejos de lo imaginable a los fines de ayudar al hombre de fe, al hombre humilde, no a los ensoberbecidos que pretenden saberlo todo y envidian a todo aquel a quien Dios bendice.
Miles y millones de personas confían y aguardan porque los sobrecoja la bendición de Dios en términos de clarificación ante la confusión que ha sobrecogido al mundo en nuestros días. Todos proclaman que tienen la verdad, pero no todos están dispuestos, como yo, a la confrontación ideológica, bíblica y pública para que no se pueda de ese modo demostrar su ilegitimidad y desconocimiento. Sin embargo, para que me escuches, Dios te ha prometido en Su Palabra una última cátedra que viabilice tu seguridad, y ha ido más lejos habiéndote prometido una gran señal para este tiempo; señal esta que será para los gentiles. Ya dio a Israel una señal con la resurrección de Cristo, y ahora ofrece otra gran señal a los gentiles con mi vindicación; asunto este al cual debes estar muy pendiente, pues ocurrirá más pronto de lo que creemos. Veamos la promesa de una señal para los gentiles; la misma aparece en Isaías 66:18-19, y reza así: “…tiempo vendrá para juntar a todas las naciones y lenguas; y vendrán, y verán mi gloria. Y pondré entre ellos señal…” ¿Ves? No tienes por qué preocuparte, tan sólo aguarda un poco más.
El Peligro de un Sofisma
Sofisma: Argumento vano para inducir al error.
Orden implica sometimiento, y sometimiento significa seguir a hombres. Pero el que se somete debe estar seguro de que lo está haciendo ante un ministerio legítimo. El ministerio legítimo se descubre porque todo lo prueba a la luz del Evangelio; inclusive prueba los espíritus si son de Dios ante ese parámetro que es el Evangelio. Por consiguiente, cuídate del sofisma terrible, peligrosísimo de: “Nosotros no somos seguidores de hombres”. ¿O es que acaso seguimos animales exóticos o ídolos que no tienen voz ni oídos? ¿Verdad que ese argumento es contundentemente ilógico?
Todos seguimos hombres porque Cristo mismo fue un hombre, un hombre muy especial, pero un hombre al fin; tan y tan hombre que fue nuestro representante y a quien se le llamaba el Hijo del Hombre. Fue de Cristo de quien Pablo dice: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efesios 4:11). El que se cree autosuficiente, en términos cognoscitivos, evidencia su propia soberbia y se coloca en una posición muy anticristiana, puesto que la iglesia es orden como lo establece el apóstol Pablo cuando dice: “pero hágase todo decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40). Por consiguiente, el sofisma antes señalado es mucho más peligroso de lo que se pueda pensar, porque Dios coloca a hombres para que estos sean escuchados. Por no escuchar a los hombres que Dios colocó se perdió Israel; veámoslo: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:37-38). Nótese el claro sostén que da ese señalamiento bíblico a lo que hemos establecido de que tenemos que seguir a hombres. Todo feligrés tiene que seguir instrucciones de los hombres que Dios ha puesto.
Los que se hacen eco de ese sofisma independentista y pervertido son tan tontos y legos que sacan un versículo de su contexto para justificar su descaro y desvergüenza e ineptitud interpretativa. Al versículo que se apela es: “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él” (Lucas 16:16). Nótese que lo que está Cristo realmente diciendo es que desde el pacto antiguo hasta el presente anuncio de Juan el reino de los cielos ha venido siendo anunciado. El contexto no alude al profetismo como objeto de consideración, sino a que ha existido una vehemente consistencia por parte de Jehová para anunciar las buenas nuevas de salvación. Eso es fácil probarlo ante el adverbio es, en presente continuo, que quiere decir que el reino de los cielos fue, es, y seguirá siendo anunciado. No pretende decir que los profetas concluyen con Juan, como interpretan algunos, demostrando así que son necios, llenos de un espíritu independiente, y no prudentes cristianos de espíritu dependiente en los intérpretes que Dios establece.
¿No es cierto acaso que la Escritura enseña de una manera muy clara: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta…” (Hebreos 13:17)? ¡¿Cómo es posible que ante una escritura tan sencilla donde se exige obediencia del feligrés hacia sus pastores por parte de Dios (que es quien la exige) se diga que no van a seguir hombres?! ¿Qué son esos pastores, sino hombres a quienes Dios va a pedir cuenta? Pide cuentas el patrono, el soberano. El que nombró al funcionario, luego le exige. ¿Saben ustedes lo que se les aplica a los sofistas que utilizan el versículo aludido para decir: “Yo no sigo hombres”? Lo mismo que se le aplica a Israel: “He aquí vuestra casa os es dejada desierta” (Mateo 23:38). Por eso están tan vacíos, enfermos, y listos para sufrir el castigo final que les aguarda por pervertir la Palabra, que es un pecado muy serio, pues al apartarse de los hombres que Cristo nombra se están apartando de Cristo. Recuerden el versículo que dice: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Lucas 10:16). Ese es el grave peligro de creerse autosuficiente y tenerse en gran estima, que es el equivalente de “correr” sin ser llamado.
Ciertamente, Dios jamás ha desechado ni desechará su método de revelación, este método de revelación aparece indeleblemente redactado en el libro de Apocalipsis: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan” (Apocalipsis 1:1). Nótese cómo en esta escritura se establece una cadena de revelación inamovible: de Dios a Cristo, de Cristo a Su ángel, y de Su ángel a Su siervo Juan, y de Su siervo Juan al cuerpo ministerial. Nunca la revelación llega directamente al pueblo para que sea deformada, sino que Dios la envía canalizadamente por medio de los hombres que ha escogido. Si no puedes entender este asunto tan simple, ¿cómo podrás entender entonces doctrinas de más complejidad? ¡Imposible! Das pena y eres digno de conmiseración.
En Torno a Lucas 16:16
La Escritura nos enseña que Dios es un Dios de pactos. El Soberano ha determinado —a la luz de la Escritura— pactos en más de siete ocasiones. De esos pactos o convenios son dos los que notablemente han trascendido: el antiguo pacto veterotestamentario, mejor conocido como el pacto del “haz y vivirás” y también señalado como el pacto de “la ley y los profetas”; y el pacto de la gracia, denominado también como “el nuevo pacto” o “el pacto evangélico”.
Nos disponemos en esta ocasión a hacer una exégesis en torno a Lucas 16:16 para ver si de este modo logramos aportar al acervo doctrinal de la Iglesia en el presente una correctísima interpretación para todos, y que de esa manera evitemos adentrarnos cada vez más en las Babilónicas enseñanzas de nuestros días. Deseamos, más bien, salir cada vez más de la esclavitud en babilonia, y como legítimos ministros del Evangelio viabilizar lo que el Altísimo espera de nosotros. Comencemos definiendo el vocablo exégesis: Es la interpretación profunda y precisa de un texto bíblico no muy claro para el común del pueblo; y al interpretarlo, tomar en consideración las normas fundamentales requeridas para no errar el camino, como por ejemplo:
a) No interpretar aparte del contexto. Se dice, con mucha razón, que “un texto fuera de contexto es un pretexto”.
b) Utilizar el Evangelio como trasfondo y principio de hermenéutica bíblica.
c) Tener en consideración que el antiguo pacto y el nuevo pacto son recíprocos y no opuestos.
d) Dirigirnos por el Espíritu de Dios, y siempre buscando descubrir la verdad (no por motivaciones de controversia o destrucción, que es y siempre ha sido el espíritu que caracteriza al hombre carnal).
Estos son los elementos que deben mediar para hacer una buena exégesis. Procedamos ahora, después de esta introducción, a hacer un análisis exhaustivo de este controversial texto, que es el que reza así:
“La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él.” (Lucas 16:16)
Es importante observar que contextualmente no se viene hablando de la duración de la posición de profeta, eso es muy evidente. El contexto viene explicando que hay que actuar en favor de Dios y evitar el quietismo que ha caracterizado a la Iglesia en todas las épocas. Véase por ejemplo a Hebreos 12:12 donde también se combate el quietismo, al igual que en este capítulo (Lucas 16), nótese su equivalencia en las expresiones: “manos caídas y rodillas paralizadas”; expresiones estas que aparecen en el citado versículo de Hebreos 12:12.
Cuando miramos con objetividad el contexto en que aparece el versículo que estamos analizando (Lucas 16:16), vamos a ver que es una censura de parte de Jesús a los que han asumido un evidente quietismo y no se disponen por la acción a arrebatar el reino de los cielos. ¿O es que acaso tú piensas que el versículo por sí solo constituye un principio que dice que los profetas sólo llegaron hasta Juan (sacándolo así de contexto)? Pensar así es estupidez de estupideces. Tan sólo hombres que no han sido llamados por Dios son capaces de traer una tal distorsión.
Te queremos enseñar de una manera muy clara aquí y ahora que la expresión “la ley y los profetas” es una clara alusión al viejo pacto. Si quieres cerciorarte de la verdad, busca pasajes, tales como:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” (Mateo 5:17)
“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos;porque esto es la ley y los profetas.” (Mateo 7:12)
“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:40)
“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas.” (Romanos 3:21)
Todos esos versículos que anteceden, están señalando —aprende que no te voy a durar toda la vida— a los profetas que testificaron sobre el antiguo pacto o acuerdo. En ninguno, y mucho menos en Lucas 16:16, se viene hablando de la duración de la posición de profeta. El profeta Juan precedió a Cristo, igual que a los discípulos de Cristo, quienes también fueron posteriores a Juan; y en Efesios capítulo 4, versículo 11 aparecen los discípulos en calidad de profetas nombrados por Cristo. Si allí, a la luz de Lucas 16:16, fuésemos a entender que la función profética terminó con Juan, entonces tendríamos que confesar que la Biblia se contradice. ¡Ah, qué bárbaros sois!, razón tiene el cielo cuando dijo por medio de Daniel: “pero los entendidos comprenderán” (Daniel 12:10), lo cual implica que los no entendidos, como sois vosotros, no entenderán. Señores, si ahí estuviera diciendo que con Juan termina el profetismo, estaríamos diciendo, simultáneamente, que con Juan termina también la ley, y saben bien ustedes que la ley no termina con Juan.
Ahora bien, con Juan sí terminan los profetas del Antiguo Testamento y comienzan los profetas del Nuevo Testamento, representados por los discípulos y los reformadores, como lo fueron: Martín Lutero, Juan Calvino, Felipe Melanchton, y este servidor de ustedes que no sólo es profeta, sino el segundo testigo de Apocalipsis 11. Así ha sido por el Espíritu de Cristo declarado: “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). Esta exégesis que estás leyendo es una evidencia clara de que soy quien digo ser. El resumen de lo dicho es: Jamás cometas el error de decir en una predicación que con Juan termina la función profética a nivel universal, porque eso hace de ti un falso ministro o predicador, un total desconocedor de la teología bíblica. Pues, más bien, con Juan terminaron los profetas que precedieron a Cristo (profetas del viejo pacto), pero los que hemos venido después, somos los que hemos sucedido a Cristo, nombrados por Este (profetas del nuevo pacto). Y te advierto que si no obedeces a esta interpretación, estás yendo en contra de Dios, por lo tanto, eso haría de ti un condenado que es estopa para el infierno. Si quieres seguir en contacto con la verdad, mantente en contacto con La Voz del Tercer Ángel, dirigida por Luiko de Jesús (L.J.L.), el Profeta del 2000.
Nota:
Es evidente que yo soy el catedrático final, así lo evidencian mis escritos; escritos estos que dan testimonio de lo que soy, indudablemente. Independientemente de que me quieras llamar profeta, discípulo, reformador o lo que tú quieras, la verdad es que realizo una gran obra para nuestro Señor; obra que tendrás que admitir eventualmente cuando se cumpla lo dicho por el Señor, quien dijo: “…yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado” (Apocalipsis 3:9). Esta aseveración la adelantó por mí, para todos ustedes los que se habrían de oponer a mi ministerio, porque “si yo quiero a ti qué”, dice el Señor (Juan 21:21-22).
“Machuca le dijo a Vargas”: Tú dices que yo soy falso profeta, y yo digo que tú eres un falso ministro de Luzbel: “Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:13-15). Esperemos por la decisión del Señor. Pero es evidente desde ahora que ante tanta capacidad y calidad interpretativa tu deber es “quitarte el sombrero” ante este catedrático y reconocerme; pero el orgullo no te lo permite, y en el futuro inmediato tendrás que arrepentirte.