
Los nombres con que somos conocidos en calidad de individuos y en calidad de colectividad deben ser ajustados a tenor con nuestros objetivos y perspectivas funcionales, que siempre conllevan un propósito final. Cuando esta institución eclesiástica se fundó, para principios de la década del setenta, se nos acusó, por parte de la Iglesia Adventista, de que éramos rebeldes contra la autoridad establecida, y que por ser laicos no teníamos derecho a ofrecer nuestras opiniones teológicas y, consecuentemente, doctrinales. ¡Qué ridiculez!, como si los prolíferos escritores bíblicos como Pablo, Juan y Pedro hubiesen pertenecido al Clero de alguna institución antes de ser llamados por Jesús y fuera esa la razón para ser reclutados; cuando evidentemente Cristo los llamó y los constituyó de laicos en integrantes del ministerio eclesiástico como se nos señala en Efesios 4:11. Le pregunto yo al Clero adventista que así piensa: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?; ¿y quién puso a quién; el huevo a la gallina o la gallina al huevo? No pueden existir huevos si la gallina no existe. Una pregunta más: ¿Quién constituye “la gallina” en el caso de “los huevos ministeriales”; una institución humana como lo es la Iglesia Adventista o un instituidor Divino como lo es el Señor Jesús?
Así como los apóstoles fueron llamados y autorizados por Cristo para predicar el Evangelio, este servidor del Señor también lo fue. Como prueba de ello le presento al público mis credenciales, pues éstas (mis credenciales) no son tarjetas con mi nombre y dirección y forradas con mica, esa no es mi credencial favorita, esas constituyen legados institucionales. Mi credencial favorita lo es el hecho de que estoy en posesión de la verdad. Esa es la credencial que el Señor, y no el hombre, me otorgó; pues la verdad no me ha sido revelada por carne ni sangre, sino por mi Padre que está en los cielos. Mi credencial es la misma que Pedro poseía: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17).
En honor a esa gran realidad aquí expuesta fue que denominé a mi primer grupo eclesiástico como: Fraternidad Bíblica de Laicos en Cristo, nombre este bajo el cual repartimos nuestra literatura y realizamos infinidad de actividades homiléticas (predicaciones), y así cumplimos por un tiempo con nuestro deber primario, que es, y siempre será, el de compartir el método salvífico que Dios utiliza para la salvación de las almas. Lo más importante no es un nombre fonéticamente agradable; lo más importante es cumplir con la voluntad de Dios que es el predicar siempre el Evangelio, y en el trasfondo del Evangelio enseñar sanas doctrinas determinadas por Dios para este tiempo (escatológicas).
Posteriormente, y en virtud del énfasis que Dios nos señaló hacia los fines de cumplir con Apocalipsis 14:9-12, realizamos un cambio en nuestro nombre y por muchos años (aproximadamente desde marzo de 1985) hemos venido denominándonos como La Voz de la Reforma, nombre bajo el cual hemos sido reconocidos y hemos trascendido. Sin embargo, enfilamos nuestra dirección hacia el cumplimiento de otra profecía (Apocalipsis 12:14), y es el hecho de que somos nosotros los que habremos de sostener a la mujer en el desierto (entiéndase Estados Unidos) y, por consiguiente, nos proponemos ejecutar esas órdenes divinas. Esto implica la adopción de un tercer y último nombre en nuestra historia eclesiástica. El Señor mismo me ha comunicado que este último nombre, necesario por el nuevo enfoque que tenemos en perspectiva, debe ser adoptado. Me dijo el Señor: “Mi querido hijo Luiko, tú presides por comisión divina el movimiento que habrá de culminar la historia y debes denominarlo La Voz del Tercer Ángel. Bíblicamente hablando, el tercer ángel es el último énfasis evangélico que señala la Escritura. Tú y tu gestión permitirán allanar el camino para mi Segunda Venida, pues tú serás quien reúna el pueblo en Israel (en el Israel espiritual, integrado por judíos y gentiles). Y ese nombre será el nombre con el que tu colectividad habrá de culminar esa importantísima misión previa a mi Segunda Venida. Nota cómo te ha sido preservado y no le he permitido a nadie que lo utilice con carácter legal. Solo tu agrupación eclesiástica se identificará con él.”
Deseo aprovechar aquí para señalar que al igual que hizo Jesús, el Cristo, con sus discípulos, ha hecho conmigo, a quien también ha pedido que cambie mi nombre por el de Luiko de Jesús.
He sido conocido durante toda mi vida con el nombre de Luis J. Laborde Sala, nacido en Hatillo, P. R. un 7 de septiembre de 1930; sin embargo, díjome el Señor: “Ahora que ya sabes que eres un preexistente hijo mío, que fuiste enviado para una determinada misión, podrás comprender el porqué me urge que te presentes al mundo con el nombre de Luiko de Jesús, cuya significación literal es ‘el Guerrero de Jesús’ o más específicamente aún ‘el Guerrero de la Salvación’. Hace más de treinta años que vienes defendiendo mi nombre y mis enseñanzas, no has dado nunca el menor indicio de predisposición para vender la verdad a cambio de intereses materiales ni de ninguna índole. Me siento contento y orgulloso de poder declarar que eres mi hijo, pues has estado dispuesto a seguir mis pasos; y qué padre no se complace en tener un hijo que le siga. ¿Comprendes por qué quiero que te des a conocer con ese nombre, con el que serás eternizado? Sé que con lo obediente que siempre has sido, así lo harás. Por consiguiente, ya no serás más Luis J. Laborde Sala, sino Luiko de Jesús. ¡En hora buena mi querido hijo!”