El Evangelio: Bien y Gloria de Dios

Cuando Moisés pide a Dios ver Su gloria, Jehová le responde:  “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente.  Dijo más:  “No podrás ver mi rostro…” (Éxodo 33:19-20).

Al disponerme a interpretar esa escritura, lo he de hacer partiendo del mayor principio de hermenéutica bíblica que dispongo:  el Evangelio de Dios.  Es evidente que en este primer versículo que ocupa nuestra atención, las palabras bien, misericordia, clemente y proclamaré están en una inseparable y directa relación con el nombre de Dios, Jehová.  Ello implica que presentar el bien de Jehová es, a su vez, proclamar el nombre de Jehová, quien se caracteriza por su misericordia y clemencia.

Posteriormente, nos dice la Sagrada Inspiración:  “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó:  ¡Jehová!, ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares […] y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado…” (Éxodo. 34:6-7). Es obvio, a la luz de los siguientes pasajes, que Dios le mostró a Moisés su perdón legal y la consecuente salvación, porque luego de esos hechos, prosigue la Inspiración diciendo: “Entonces Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hacia el suelo y adoró.  Y dijo:  Si ahora, Señor, he hallado gracia en tus ojos, vaya ahora el Señor en medio de nosotros; porque es un pueblo de dura cerviz; y perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y tómanos por tu heredad” (versículos 8-9). Moisés claramente entendió su salvación, y la proclama en términos de gracia, a la vez que, como figura del Cristo, suplica la redención de su pueblo.  Nótese, además, que hizo lo mismo que hicieron los discípulos cuando vieron al Salvador resucitado:  adoró.  (Véase Mateo 28:17 al respecto.)

No es prudente pensar que Moisés pueda haber visto los contornos o la figura de Dios, pues la Escritura dice:  “A Dios nadie le vio jamás…” (Juan 1:18). También, la Biblia le llama con el adjetivo de el Invisible.  Entonces, ¿qué fue lo que Moisés vio?  El bien de Dios o su misericordia, eso fue lo que realmente vio y trajo seguridad y paz a su alma.  De algún modo misterioso y sublime Dios mostró a Moisés el Calvario, a fin de que tuviese la seguridad de que realmente había alcanzado gracia ante los ojos de Dios.  Pablo, al referirse a la gracia la vincula con la salvación, cuando declara:  “(…por gracia sois salvos)” (Efesios 2:5).

Estamos seguros de que esa visión de lo eterno fue suficiente para sostener a Moisés gozoso en espera de su propia redención y la de su pueblo.  A aquel que como un tipo del Cristo había de dirigir y combatir entre pesadas circunstancias, le era necesario contemplar al antitipo para hallar en Él la fortaleza y seguridad tan necesarias para mantenerse en pie de lucha como el gran caudillo.  Dios así lo comprendió y le complació.

Nosotros también hemos sido objeto del amor y la comprensión de nuestro Creador.  Por su gracia hemos visto pasar el bien, la gloria y la misericordia de Dios en Cristo.  Vimos, como declara el discípulo amado:  “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Cristo, aunque de humilde apariencia, estaba lleno de gracia (amor) y verdad (justicia).

Hoy día es también posible para todo aquel que así lo desee, contemplar la gloria y el bien de Dios en Cristo por el Evangelio consumado en la historia y vertido en la Palabra.  Y a ustedes, mis queridos hermanos, los que ya la han contemplado, os repito las palabras de nuestro gran Maestro:  “…Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron” (Lucas 10:23-24).

Hasta la próxima, muy amados del Señor.