
Note amigo lector cómo expresiones, tales como: “Los Machado son republicanos” o “Los x son independentistas” aluden al hecho de que hay familias enteras con unas tendencias ideológicas similares. Eso es algo bien claro y concreto, pero no es un patrón invariable, pues tenemos, por ejemplo, a los hermanos Pesquera, que uno es del partido PNP y el otro pertenece al Partido Independentista, lo cual implica que no siguieron un mismo patrón de conducta en términos ideológicos.
Al punto que queremos llegar es el siguiente: Cristo declaró que la unidad ideológica-cristiana es mucho más fuerte que la unidad de los engendrados carnalmente en este siglo. Dicho de un modo sencillo y claro, todo lo futuro, incluyendo la familia, es superior a lo presente, pues la familia presente será disuelta ante la muerte, como queda disuelto el matrimonio mismo que es símbolo de unidad; y así como el matrimonio, quedarán todos los vínculos familiares de este siglo, disueltos, para que nuevos vínculos nos sobrecojan, que serán de carácter eterno ante el hecho de que la muerte no será más.
Ese mismo hecho de que la muerte no será más hace de toda institución futura una de carácter eterno. Por consiguiente, no son comparables las instituciones temporales de nuestro siglo con las instituciones eternas del Nuevo Siglo, pues las eternas son para siempre, mientras que las presentes implican un período relativamente corto y de probación. Así las cosas, podemos declarar sin temor a equivocarnos que el vínculo de la fe es superior al vínculo consanguíneo.
Yo, ahora, vivo en un mundo que, aunque está lleno de frustración, desengaño y tragedias, puedo aspirar a un siglo nuevo donde estos perjuicios no harán nunca su aparición. El Señor, por adelantado, me ha consolado diciéndome que no solamente tengo hermanos en el cielo, hijos e hijas, sino que también en el presente tengo muchos hijos que por la fe conviven junto a mí, quienes me seguirán hasta la eternidad. Me ha dicho: “Todos estos son tus hijos. Así como Pablo y otros tuvieron hijos e hijas tú también los tienes, pues tú eres el catedrático de este tiempo; ya tienes a estos, y tendrás a muchos más que te seguirán hasta que los sobrecoja el reino de los cielos y nunca jamás serán separados. Estos tienen tus ideas, ya son tus hijos, espiritualmente hablando, por la fe. Cuando la transformación llegue serán genéticamente similares, de manera, puedo decir con toda seguridad y certeza que desde ahora ya son tus hijos.” No hay lugar a dudas, el Señor dice siempre la verdad y no se ha equivocado en este asunto, porque yo, como los tengo a mi lado, los percibo como lo que realmente son: mis verdaderos hijos, engendrados por mí en el presente por medio del Evangelio, y quienes nunca se separarán de mí, su padre eterno. El engendramiento orgánico sexual es uno que realiza un hombre en una mujer por medio de sus órganos genitales. Por otro lado, el engendramiento espiritual e idiosincrásico es el que hace un hombre lleno del Espíritu por medio de la Palabra y en las mentes humanas, al lograr que el engendrado reciba los principios y características divinas.
Cuando el discípulo recibe de su maestro los principios que forjarán su nueva e ideológica personalidad, por medio de esos principios y características recibe la mente de Cristo, y se constituye así el maestro en padre espiritual de los intelectualmente engendrados. Este vínculo, como ya hemos dicho, es mucho más fuerte que el vínculo consanguíneo, pues el vínculo consanguíneo es temporal, mientras que el otro es eterno, porque un hombre que recibe la Palabra, al aceptar esta Palabra, recibe simultáneamente con esta la vida; como dijo Cristo: “… las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Por lo tanto, el recién engendrado obtiene las ideas que forman una determinada idiosincrasia para vida eterna y por un determinado maestro que pasa a ser su padre eterno.
No hay lugar a dudas que son entonces ustedes, mis discípulos prevalecientes, mis verdaderos hijos, ahora y por la eternidad, por haber recibido de este maestro su personalidad; recepción esta que pudo haber sido preexistencial o posterior a mi cátedra, pero una cosa es cierta, ha sido por medio de mi canalización. Por consiguiente, yo puedo decir con Pablo: “Podréis tener muchos ayos, pero un solo padre”. La evidencia final será que habremos de prevalecer juntos para siempre, pues un hijo que se va y no prevalece junto al padre no es realmente un hijo. Los hijos fueron dados al hombre para que se constituyeran en nobles familiares de unidad permanente.
Tomemos por ejemplo el caso de Luzbel: El pecado de Luzbel consistió en no seguir la ideología e idiosincrasia del Padre. Rebelarse contra el Padre significa crear unas ideas distintas, aparte, y contrarias a las ideas de Este. Por consiguiente, en términos ideológicos se separó del Padre, y Dios entonces requirió que la separación fuese completa, no simplemente ideológica, sino también física o territorial; lo reubicó en este planeta, y redundó finalmente en una total separación. He ahí el porqué Dios determinó que para prevalecer con vida todo hijo habría de honrar padre y madre, lo cual entonces implica que tenemos la obligación, por disposición divina, de conformarnos al Padre, a los fines de que seamos una casta distinta y proveniente del modelo paterno.
Así como la Biblia nos narra de un tipo llamado Luzbel, también nos narra de un tipo llamado Jesús, quien, a su vez, es el antitipo llamado Miguel que en significación literal es «¿Quién como Dios?» ¡Note qué conformación más precisa la de Miguel con Yavé! A tal punto son similares que ante la sugerencia de Felipe, de que Cristo le mostrara al Padre (como si fuesen dos), Cristo contestó del modo siguiente: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn. 14:9-11).
Note el amigo lector qué evidente conformidad y similitud existe entre el Padre y el Hijo; constituye este hecho un antitipo para toda relación paterno-filial. Es interesante saber que en el Nuevo Siglo o Nuevo Reino que Cristo está creando se establecerá de un modo inevitable el sistema patriarcal. El Viejo Testamento es sombra de los bienes venideros (Hebreos 10:1); y así como Israel constituyó una sociedad patriarcal, será también de carácter patriarcal el nuevo sistema de convivencia donde Jehová habrá distribuido los tipos o modelos de castas patriarcales que Él desea que sean las que habrán de constituirse en integrantes de esa sociedad eterna, lo cual implica que los descendientes de una determinada casta, tipo, modelo o familia habrán de obtener su idiosincrasia intelectual y sus atributos distintivos del padre o patriarca de un determinado reinado. El rechazo de esa heredad, como lo señala la Escritura de un modo indubitable, equivale al rechazo de esa casta y, por consiguiente, el hijo que eso hace se convierte en un descendiente de Luzbel que no merece estar junto a su padre como el caso de este.
En el caso de este servidor, el Profeta del 2000, hijo de Dios y hermano menor de Jesús, he tenido durante esta vida temporal cinco hijos y ninguno está conmigo; sin embargo, por ser yo un maestro evangélico de calidad profética y preexistente, declarado por Dios, nunca careceré de hijos. Son muchos los que ahora viven junto a mí en una convivencia paterno-filial muy estrecha. Estos me siguen, se han ajustado a mi enseñanza de un modo tal que hasta cuando conversan parecen mis hijos. El hecho de que tengan una genética distinta a la mía, no los hace menos hijos, pues como dice Pablo son personas, en términos ideológicos, por mí engendradas, con un espíritu común a todos. Recordemos que el hombre tiene tres aspectos, a saber: el aspecto somático, el aspecto ideológico o intelectual y el aspecto espiritual (el alma). La intelectualidad y las ideas las he implantado en ellos; los he dotado por medio de la Palabra con un espíritu cristiano, y de ese modo tengo dos aspectos en términos de una realidad concreta, no inventados ni sofisticados, sino más bien reales y engendrados. Sobre ellos puedo decir, que dos terceras partes de su futuro ya me pertenecen en calidad de padre; la tercera parte la forjará Dios en la transformación final y serán entonces en todo el sentido de la palabra mis hijos. Por consiguiente, puedo decir con Pablo: “Porque habrán muchos ayos, pero un sólo padre…”, que es este servidor. Un ser humano nunca podrá seleccionar su padre carnal antes de nacer, pero después de haber nacido sí puede escoger quién quiere que sea su padre. Unos me han negado, pero agraciadamente muchos me han escogido en calidad de padre para la eternidad; por eso, paradójicamente, puedo estar triste y, a la vez, contento. ¡Qué paradoja verdad! Pero así está escrito y así son las cosas.
La Familia Eterna y Espiritual está por Encima de la Carnal y Presente
Cuando a Cristo le dijeron: “He aquí tu madre y tus hermanos están afuera, y te quieren hablar”, Él contestó a Su interlocutor del siguiente modo: “todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre”(Mt. 12:47, 50). Jesús siempre supo que los domésticos de la fe constituirían Su familia eterna y los colocó en el lugar que les pertenece como Su familia prevaleciente; no quiso decir Jesús que Su madre no iba a estar, evidentemente, su madre está con Él; quiso Él más bien enfatizar en la solidaridad y permanencia con que la familia que Él construía habría de ser forjada. En torno a este asunto anterior no puede haber lugar a dudas, vean este ejemplo: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37-38). La contundencia y claridad de estos pasajes no han de dar lugar a dudas en lo que acabo de enseñar en torno al concepto de un verdadero hijo. Es evidente que son hijos legítimos aquellos que imitan a sus padres conforme a la voluntad de Dios, y no aquellos que desconocen y hasta resienten a su padre carnal, que está muy preparado para educar a sus hijos en el conocimiento celeste. El que a su propia estirpe niega, en “paria” se convierte. Luzbel fue un “paria”, negó a su Padre, negó a su estirpe y hasta a su patria negó.
Mi casa está abierta y en desarrollo; ¿cuántos integrarán esta?, no lo sé, pero una cosa les digo: Los que quieran unirse a mi casa y ser engendrados como tipos de este antitipo pueden hacerlo con toda confianza, porque segurísimo estoy de que mi estirpe y casta prevalecerán para siempre. Y yo al igual que Cristo puedo decir: “El que a mí viene yo no le hecho fuera”.