Una Devastadora Obra

En el libro de Daniel profeta hallamos redactada la más larga e impresionante profecía bíblica del antiguo testamento.  En dicha profecía se nos anuncia que el cuarto poder imperial (Roma), distinto a sus tres predecesores (por ser uno político-religioso), despedazaría la raza humana.  Nótese cómo se nos declara el asunto:  “La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos, y a toda la tierra devorará, trillará y despedazará” (Dn. 7:23).  Es obvio que se nos habla de una destrucción figurativa por parte del poder Romano.  No hay lugar a dudas que es una profecía cumplida.  La Roma Papal ha destrozado la tierra (entiéndase la raza humana).  ¿Cómo lo ha hecho?  Mediante la entronización de unas concepciones ideológicas contrarias a las reveladas por Dios en Su Palabra Escrita.  Nótese cómo así lo indica Daniel:  “Y hablará palabras contra el Altísimo…” (Dn. 7:25).  Es, pues, evidente que Satanás ha hecho, mediante este poder, una obra devastadora y terrible.

¿En qué Consiste esa Obra Devastadora?

Fundamentándose en una magisterial obra subjetiva, Roma ha colocado al hombre en posición de un autoensoberbecimiento mayúsculo, y lo ha separado de la Palabra a los fines de sacarlo del contexto bíblico-teológico en el que Dios lo quiso colocar.  A ese modo de pensar filosófico y científico, que nos coloca en un nivel competitivo con Dios, y que con la gran sutileza de que:  “Somos criaturas pensantes” nos ha ubicado (en términos generales) en la dificilísima posición de independencia en la que Satanás colocó a nuestros primeros padres, le llamamos catolicismo.

Cuando hablamos de catolicismo, no estamos hablando de unas congregaciones o de un liderato religioso, sino más bien de una manera de pensar que es muy razonable a la lógica mentalidad egolátrica que el hombre ha obtenido en virtud de su caída edénica.  El catolicismo es una enseñanza compatible con la condición natural del hombre a quien Satanás hizo suyo; consecuentemente, no es fácil para el Señor y Su ministerio penetrar el mundo (la raza) con una ideología contraria a su propia naturaleza.  Sé que nuestra obra es cuesta arriba, pero hay que realizarla y dejar en manos de Dios las consecuencias.  Por consiguiente, os podemos aseverar, sin temor a equivocarnos, que Dios y el hombre tienen un modo distinto de pensar.  Son pensamientos radicalmente opuestos.  (Véase Primera de Corintios 3:19 al respecto.)

Antes de proseguir con nuestra exposición, hagamos un breve resumen de lo ya establecido:  Satanás poseyó al hombre; esto significa que dominó y obtuvo su corazón (o su mente), dejando este (el hombre) de depender de Cristo, su Señor y Salvador, convirtiéndolo así en una criatura ególatra e independiente que habría de conceptualizar de un modo personal aquello en que cree —de ese modo opera el estilo católico o religioso, en lugar de recibir los conceptos por Dios mismo revelados—.  Por consiguiente, el catolicismo es una religión fundamentada en principios filosóficos y razonables de origen puramente humanos.

El catolicismo es un cúmulo de concepciones antibíblicas o antidivinas; es una religión con conceptos totalmente opuestos a Dios y, por consiguiente, provenientes del enemigo de las almas, nuestro archirival Lucifer.  Siendo, entonces, que la obra primaria de Lucifer consiste en desviar al hombre para que este no alcance la salvación, los conceptos que este (Lucifer) enseña por medio del catolicismo son de carácter compatible con la razón humana, mientras que lo enseñado por Cristo es incompatible con esta.

Conceptos, tales como:  etereidad, incorporeidad, beatitud, contemplación, tienen la finalidad de despojarnos del deseo de estar en el Nuevo Siglo, por la Biblia anunciado.  Somos seres de interrelación social, de inventiva creacionista, dados a expresar el amor físicamente o por contacto, capaces de consumar planes y proyectos, de complementar nuestra felicidad y de rendir un servicio que nos haga sentir útiles, etc.  Pero desgraciadamente las concepciones católico-romanas nos dirigen a un Nuevo Mundo carente de todas esas cosas.  Como resultado de todo eso, repudiamos ese Nuevo Mundo tan extraño y distinto.