
Las ideas paganas y antibíblicas que Roma ha atado es lo que señaló el profeta Daniel; leamos: “Dijo así: La cuarta bestia será un cuarto reino en la tierra, el cual será diferente de todos los otros reinos, y a toda la tierra devorará, trillará y despedazará” (Dn. 7:23). Esta cuarta bestia o reino que es diferente, no es otra cosa que el imperio político-eclesiástico que Roma representa; es de ahí que sale un cuerno pequeño y crece hasta lo sumo, donde se representa, ya no el imperio combinado, sino el imperio religioso que es el romanismo Papal católico que ha destrozado la tierra imponiendo y desarrollando una teología antibíblica que ha conducido y conducirá a millones de almas a la condenación. Pero este poder no sólo conduce a la condenación de las almas, sino que ha sido históricamente hablando la más grande y mortífera (en términos de la muerte presente) institución en la historia de la civilización humana.
Comencemos a hablar un poco de esta institución, que constituye la más abarcadora secta satánica que ha existido en el mundo religioso de occidente. Mientras las sectas satánicas de Jim Jones y David Koresh cobraron una ínfima cantidad de vidas, Roma ha propiciado la muerte de miles y hasta millones de almas. Recuerden ustedes las Cruzadas promovidas por la Iglesia Católica, la Inquisición y otros asuntos como las Hogueras de Smithfield que han redundado en miles y miles de almas muertas. Es muy cierto que las sectas suicidas han sido levantadas por el diablo, pero no es menos cierto que un poder envuelto en tantas matanzas no proviene de Dios, aunque se quiera justificar su historia tras el velo de la piadosa apariencia de monjes y sacerdotes cuya altivez y soberbia se ha manifestado ante la sociedad mundial del pasado y del presente. Recordemos el triste caso de Galilian Galileo, quien al descubrir que la Tierra no era centro del Universo, derribó la triste posición asumida por la Iglesia Católica, costándole la libertad cuando fue encarcelado por dis que la Santa Madre Iglesia Católica, institución esta que históricamente ha estado llena de una soberbia increíble y de una desfachatez que raya en la opresión y la injusticia.
Si fuésemos a descubrir uno por uno los desmadres, agresiones e injusticias de Roma no tendríamos espacio suficiente en miles de libros. La historia es el peor enemigo de Roma. No pretendo en este artículo inicial hacer un recuento de los ultrajes romanos, simplemente apunté en esa dirección incidentalmente para colocarla en el lugar que le corresponde cuando de sectas y sus perjuicios sociales hablemos. La triste realidad de este poder institucional radica en su enseñanza básica: salvación por fe, más obras; caemos nuevamente en la controversial lucha de la Reforma de Lutero y su principio salvífico.
Por aquello de que las ideas se combaten con ideas vamos a poner frente a frente la teología romana vs. la postura bíblica, que es el equivalente de decir la de Cristo y los apóstoles vs. la de Roma, descubriendo así cuál es la causa de esa soberbia tan marcada que exhibe Roma.
Analicemos ahora el punto básico del concepto de salvación católico-romano; vamos a encontrar que esa es la causa que ha producido unos efectos desastrosos y ha originado la exaltada soberbia romana. La Escritura enseña que para ser salvos hay que reconocerse como injusto, ante esa realidad podemos someter nuestro ego, pues habríamos de estar conscientes de nuestra condición moral. Por ejemplo: Pablo enseña a la luz de Romanos 3, donde hace un resumen de la condición individual del género humano, “que no hay justo, ni aun uno” (Ro. 3:10). Al no aceptar esta básica enseñanza, Roma se ensoberbece. Cristo había dicho antes que Pablo: “…No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Mc. 2:17). Ofrecemos aquí un claro ejemplo bíblico de los principios en controversia cuando Lutero provocó la lucha del siglo XVI: En la parábola del publicano y el fariseo está clara la enseñanza de un soberbio cristiano (que es el fariseo) vs. un reconocedor de su condición como lo es el publicano. Esto ejemplariza la soberbia posición de la Curia romana vs. un humilde cristiano que reconoce su condición de incompetente. En la Escritura leemos del siguiente modo: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc. 18:10-14). Nótese como fue salvado (justificado) aquel que reconoció su pobre condición de pecador, mientras que el fariseo, quien se exaltó (como lo hace el Papa, los cardenales y los sacerdotes), obviamente fue condenado. La teología de Pablo, redescubierta por Lutero, nos enseña de una manera clara y precisa que para ser salvo hay que reconocer nuestra condición de ególatras pecadores y depender de la justicia de Cristo para salvación; mientras que el romanismo herético proclama la santidad e impecabilidad de algunos hombres, a los cuales llama santos y canoniza; tremenda soberbia esta demostrada por un poder terrenal como lo es el catolicismo romano. Si lo básico es distorsionado, como lo es por Roma, qué me dirá usted entonces que será lo accesorio, por aquello de que “lo que mal comienza, mal acaba”.
El hombre de pecado conforme lo declara Pablo en Segunda de Tesalonicenses 2:3-6 es una alusión directa a Satanás o Lucifer, alusión esta que se proyecta hacia el Papa de Roma, su representante en la Tierra, quien —como es señalado en estos versículos— “se sienta en el trono de Dios, como si fuera Dios, haciéndose parecer a Dios”. No hay otra persona en la historia quien tan claramente satisfaga el señalamiento bíblico como el aludido jerarca de la Iglesia Católica. Pero ¿de dónde se saca este caprichoso señor que él puede determinar quién es un santo?, si sólo Dios es quien puede penetrar el corazón de los hombres y descubrir allí sus motivaciones. No hay duda, se rigen por la vista y la apariencia, pero no por la fe, y menos por la Palabra.
Te he planteado, amigo lector, de una manera precisa y constatable por la Escritura la realidad en torno a esta secta institucionalizada que se desprendió de la iglesia apostólica y se constituyó en la madre de las abominaciones. Es Roma la mujer embriagada que marcha sobre la bestia escarlata de Apocalipsis 17:3. Es necesario que entendamos que Roma ya no tiene nada que ver con las enseñanzas apostólicas, y que el desprendimiento fue uno de carácter ideológico. Lo concebido por Roma está totalmente desvinculado de la iglesia original que los humildes apóstoles de nuestro Maestro forjaran. El señalamiento de que son la iglesia original es un estribillo que pretende conectarla a la iglesia apostólica original, pero… ¡never happen! como se dice en el idioma de Shakespeare.