El Papa y su falsa paz

Como antes ya señaláramos, el Evangelio es el evento del Calvario.  Es el medio por el cual Dios consuma Su propósito de convivencia eterna con Sus criaturas al fin de los tiempos de este siglo (véase Efesios 1:10).  En el Evangelio alcanzamos libertad de condenación, así lo declara Pablo:  “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” (Ro. 8:1).  El Evangelio es el acto reconciliador de Dios en Cristo, (2 Co. 5:19).  Por lo tanto:  “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).  Esa paz que el Evangelio provocó para con Dios es la misma paz a la cual Cristo se refirió cuando dijo:  “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da…” (Jn. 14:27).

Nótese cómo Cristo establece una diferencia entre la paz del mundo y la paz que Él nos deja.  Ciertamente que la paz del mundo es algo realmente inalcanzable.  El hombre siempre estará en guerra consigo mismo y con Dios.  La paz es realmente un atributo del Nuevo Siglo.  Por lo tanto, predicar el Evangelio es la única forma verdadera de buscar paz para con Dios y guerra para con el mundo y sus intereses:  “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.  En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).  Cristo, Su Evangelio y Su amor perdonador, constituyen la verdadera paz.  El que acepta esa bendita esperanza, vive consecuentemente en paz con los demás, pero el que no cree rechaza esa perspectiva en que Dios le ha colocado, y no tendrá paz nunca; por el contrario, como dijo el apóstol:  “…cuando digan:  Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina…” (1 Ts. 5:3).

Es ese glorioso Evangelio Eterno lo que da sentido y razón de ser a la Iglesia y al ministerio.  Aparte del Evangelio, lo que queda es humana ruina, obscuridad y tinieblas.  Predicar el Evangelio significa anunciar el reino venidero y un cielo nuevo donde moran la paz y la justicia (véase Segunda de Pedro 3:13).  El Evangelio no consiste en lo que se ha hecho en nosotros ahora, sino que es lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.

El ministerio Papal obviamente no se caracteriza por hablar de paz y de justicia eterna, sino mas bien por hablar de paz y justicia en el presente.  Se trata de persuadir a los reyes y gobernantes de la tierra para que alcancen aquello que la Biblia señala y dice que no se alcanzará, sino que, por el contrario, empeorará a tal punto, que si los días no fueran acortados, ninguna carne se salvaría (véase Mateo 24:22).

No es, como piensan algunos, que pretendamos rehuir nuestra responsabilidad para con la sociedad.  Es que, sencillamente, queremos y debemos colocar las cosas en el claro orden en que la Palabra de Dios las coloca, pues invertir ese orden es realmente catastrófico en términos eternos que es, al fin, lo que cuenta.  La exhortación de Cristo fue:  “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).

El mejor favor que le podría hacer este rey (el Papa) al mundo sería el de dar un viraje radical en su predicación y ponerse a promover el reino venidero en sus “famosas” homilías.  También podría hablar menos de justicia y equidad y, como dice Pedro, colocarse en posición de ejemplarizar con hechos y no con dichos, sus propuestas.  Muy bien que podría conducirse con un mayor grado de humildad y vivir como Cristo, pobremente.  Por proponer, nadie nunca se ha afectado, por eso los políticos proponen tanto y tanto, pero “del dicho al hecho hay mucho trecho”.  Los únicos que realmente se afectan proponiendo son los predicadores del Evangelio, porque como dice el gran apóstol:  “Y también todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12).

Realmente la teología católico-romana se caracteriza porque durante el transcurso de la historia eclesiástica ha rechazado el Evangelio objetivo, histórico y universal que predicaron hombres como Pablo, Lutero, Melanchton y otros.  Roma siempre ha pretendido colocar las obras del creyente como causa de salvación.  A pesar de las diferencias doctrinales que ciertamente existían entre los reformadores del siglo XVI, ellos también llegaron unánimes a la aceptación de la gran verdad del Evangelio o de la justicia que es por la fe sola.  Llegaron también a la conclusión de que si el Papa se oponía a esta verdad central y proponía la salvación por la fe más las obras (como todavía se hace), entonces el Papa era el anticristo.

Concluimos, pues, que visto y evaluado desde todos los aspectos, ni el Papa, ni la Curia romana predican el Evangelio Eterno, y sí otro evangelio.  Por tanto, acojámonos al consejo de Pablo que aparece en Gálatas 1:8, y que dice:  “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema”.